Nos acercamos al jubileo de la Encarnación del año 2025. Los jubileos son tradición en la Iglesia desde 1300, cuando el Papa Bonifacio VIII convocó el primero.
El jubileo, en la Biblia, es un año en que se perdonan las deudas y se devuelve a cada uno la herencia recibida de los padres. Jubileo significa, por tanto, una vuelta al origen, cuando el Dios de Israel donó a cada uno tierra y casa. Por eso todo jubileo conlleva retornar al manantial originario que propulsa la vida.
¿A qué manantial originario volvemos en el jubileo de 2025? Lo que sucedió hace 2025 años fue el nacimiento de Cristo. ¿Y qué es lo esencial de la persona y obra de Jesús? ¿qué camino nos ha abierto para que el hombre cumpla su vocación?
Podemos resumir así lo sucedido: hace 2025 años comenzó a latir un corazón, el corazón del Hijo de Dios encarnado. Latió de tal modo que quienes lo encontraban comprendían de modo nuevo al hombre y a Dios.
Comprendían al hombre y a Dios, no simplemente desde la inteligencia que ilumina las cosas ni desde la voluntad que las ordena, sino desde el corazón. ¿Y qué es el corazón?
Responderemos a esta pregunta a lo largo de este año. Pero podemos anticipar ya una primera respuesta. Quienes encontraban a Jesús encontraban a alguien cuya vida se entendía plenamente desde el amor: el amor del Padre que le envió y el amor a los hombres que el Padre le había confiado para entregarse por ellos y dirigirles de nuevo a Él.
Se inauguró entonces, con Jesús, una visión del hombre en la que el centro no era la inteligencia o el querer autónomos, sino la capacidad de vivir en el amor recibido y entregado. Y se inauguró también, con Jesús, una visión nueva de Dios, el cual tanto amó al mundo que entregó a su Hijo único, de modo que puede decirse: Dios es amor (1Jn 4,8).
Este centro de la persona, constituido por el amor, lo identificó Jesús con su corazón, un corazón manso y humilde (Mt 11,29): humilde por su apertura al Padre, manso por su cercanía a los hombres.
Además, esta mirada al hombre desde el corazón permite apreciar mejor el significado de nuestro cuerpo, nuestros afectos, nuestros sentidos... Pues con el corazón ama toda la persona, alma y cuerpo. Desde el corazón, el cuerpo aparece dotado de un lenguaje en que aprendemos a recibirnos de Dios y a donarnos a Él y a los hermanos.
Entendemos así qué se celebra en este Jubileo. Un corazón comenzó a latir para que el hombre pudiera recuperar su vocación más honda, que viene del amor y florece en el amor. Ese corazón se abrió a nosotros a lo largo de toda la vida de Jesús que culminó en su pasión y resurrección.
La lanza que traspasó el costado de Jesús reveló la apertura de este corazón y nos invitó a entrar en él. Pues ese corazón ha seguido latiendo hasta hoy: latiendo por nosotros, en nosotros, desde nosotros. La devoción al corazón de Cristo consiste en plantear toda nuestra vida, nuestras relaciones, nuestras obras, como acogida y respuesta al amor de Cristo, donde se revela el amor del Padre.
Si esto es así, entonces la devoción al corazón de Jesús no supone un pegote añadido a nuestra vida cristiana. El corazón de Jesús nos aporta, más bien, un punto de vista para comprender y vivir desde su centro toda la fe.
Quien mira a Cristo desde el corazón lo mira desde lo esencial de su persona y obra: la vocación al amor.
Además, el corazón de Cristo no solo nos revela el centro de Jesús, sino también el modo mejor para hacerlo llegar al hombre de hoy.
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Una lanza le traspasó el costado”: El corazón abierto de Jesús
Vamos a ver cómo la institución de la Eucaristía nos abre el corazón de Jesús y, así, nos deja ver el mapa de su mundo afectivo. Cuando, poco después, un soldado le traspase el costado, el corazón se abrirá, manando sangre y agua (Jn 19,34). El soldado abrió el corazón de Jesús, pero ese corazón había sido ya abierto antes por Jesús mismo, cuando dijo: “tomad y comed mi cuerpo; tomad y bebed mi sangre”.
Preguntas para el diálogo
1- Al instituir la Eucaristía, Jesucristo une afectos y palabras: ¿Qué importancia tiene en tu matrimonio y familia la comunicación afectiva?
2- ¿Qué luz arroja la unión afectiva de Cristo con el Padre sobre el afecto de apego de los hijos?
3- ¿Cómo crece el afecto de pertenencia en Jesús y en nosotros?
4- Comenta la relación entre afectos y trabajo. ¿Qué afectos te mueven más a trabajar de modo excelente? ¿Qué dificultades o bloqueos te impiden trabajar?
Prácticas
Recitar diariamente o semanalmente en familia la primera serie de Letanías al Cor Iesu insistiendo en la petición “¡modela nuestros afectos!”