Primer fin de semana de febrero, el Señor nos ha invitado a pasar dos días con Él en la casa de ejercicios de la congregación de las HH. EE. de Cristo Rey, de la calle Arturo Soria, en Madrid. La casa estupenda, las monjas muy agradables y serviciales. El esquema el de siempre; meditaciones, oración, rosarios, confesiones, Vía Crucis, exposición del Señor y eucaristía diaria.
El viernes nos recibió Cristo con el Salmo 117, dato importante porque su corazón está conformado por los salmos y lo que nos ofrece es conocer su corazón internamente para que conociéndole le amemos y amándole le sigamos (San Ignacio).
A esta entrada le siguieron varias meditaciones dadas por el P. Luis Sánchez DCJM que nos dirigió en estos EE.EE. Desde ellas, apoyadas en la Sagrada Escritura, se nos ofreció el consuelo divino y la garantía de que la fe nos introduce en la realidad en una época tan oscura y confusa como la que vivimos. Dios nos ha creado para una vida grande y ese debe ser nuestro telos y nos anima a través del evangelio dominical de San Lucas a, “remar mar adentro” duc in altum.
En la tercera meditación entramos en el misterio de nuestro pecado y le pedimos al Señor luz para vernos como a través de su retina y así, arrepintiéndonos, convertirnos. Lo que Él quiere es renovar nuestras vidas. Seguimos avanzando en nuestro camino y en las siguientes meditaciones constatamos que sin esperanza no hay conversión. Pedimos la gracia de saber escuchar a Cristo, shema Israel, y de saber obedecerle como obedecía Él al Padre, para ser libres. Un corazón sordo es un corazón endurecido. También pedimos ver como el ciego de nacimiento (Jn. 9) para terminar como él creyendo y postrarnos ante el Señor.
El Señor se nos presenta como buen pastor y nos ofrece su descanso, es también el sembrador que derrama su palabra en nuestro corazón que ha de ser tierra fértil para dar fruto, una vida grande. Contemplamos como muere Cristo porque si morimos como Él también viviremos como Él desde el perdón y el Amor.
Finalmente, y ante el santísimo se nos ofrece Cristo Resucitado derrochando Espíritu Santo.
¡Ahora tenemos que compartir los dones recibidos para que lleguen a plenitud!
En María Cristo, por Cristo al Padre.