Ejercicios Espirituales: ¿Cómo es posible tanta Belleza?
El último fin de semana de febrero, varias familias con hijos (y algún matrimonio afortunado que tenía a los churumbeles de convivencia) tuvimos la suerte de retirarnos para realizar los ejercicios espirituales de San Ignacio. Con la ayuda del P. Luis Sánchez -y de los monitores que cuidaron de los niños-, pudimos recogernos en silencio para profundizar en el amor de Dios.
Para empezar bien, el P. Luis nos introdujo en Principio y Fundamento, y nos animó a contemplar y rumiar la parábola del sembrador (Lc 8,4-8). El fruto ha sido uno de los temas más recurrentes en estos días: ¿qué fruto queremos dar? ¿Qué clase de “tierra” somos nosotros con la Palabra? La Palabra es la semilla que debe crecer en nosotros, e igual que la semilla que muere, da fruto y transforma la tierra en la que yace, así nosotros cambiaremos si dejamos que la Palabra crezca. También meditamos el misterio de nuestro pecado para acoger debidamente la misericordia del Señor. Con la ayuda del Apocalipsis (eso no nos lo esperábamos), vimos cómo Cristo se dirige a diferentes iglesias para reprocharles ciertas actitudes. El P. Luis nos explicó lo que es un rîb: un tipo de juicio entre dos personas donde el objetivo principal es que el ofensor y la víctima se reconcilien. No se trata de que un juez dicte sentencia para reparar a la víctima y que esta se marche tras la sentencia, sino que el ofensor debe pedir perdón y el ofendido debe perdonar para que el otro cambie, para que su corazón se convierta, sin necesidad de que medie un juez. Con esto en mente, leímos las cartas a estas dos Iglesias, viendo cómo Jesús nos invita, como en un rîb, a volver al primer amor y abandonar la tibieza, para que seamos fervientes y nos arrepintamos (Ap 3, 19).
Después nos centramos en diferentes episodios del Evangelio. Primero viajamos hasta Nazaret, junto a la Virgen y su encuentro con el ángel en Nazaret, durante la Anunciación. Qué admiración nos suscita María que, ante Gabriel, no se arredra y le confronta con la realidad de su vida: “¿Cómo será esto, pues no conozco varón?” (Lc 1, 34). Ella ya se sabía toda de Dios, y la llamada del ángel confirma esta vocación. También pudimos contemplar el rostro de Cristo a través de las bienaventuranzas, que retratan la vida de fe a la que aspiramos (empezando, muy importante, por la humildad: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”, Mt 5, 3). Y el P. Luis, tras recorrer las ocho bienaventuranzas, nos invitaba a ver la Belleza, para que en vez de preguntarnos por el mal en nuestra vida, nos hagamos la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible tanto bien?
Nos acercamos al Calvario, recordando que el grano de trigo debe caer a tierra y morir para dar fruto. Por eso el P. Luis nos provocó con la idea de meditar la fecundidad de la muerte, de la vida entregada hasta el final, para que esa sea la mejor herencia que dejemos a nuestros hijos. Y, por último, acabamos en Galilea, donde Cristo resucitado se encuentra con sus apóstoles. Leímos la conversación que mantiene con Pedro, pidiéndole hasta tres veces que le confirme su amor para después encomendarle que apaciente a sus corderos y que pastoree su rebaño. Estos son dos verbos diferentes: apacentar es alimentar, y pastorear significa guiar. Y con ellos nos ha invitado, a hombres y mujeres, a abrazar esa vocación de padres donde unas apacentamos y otros pastorean. Y nuestra misión de padres será una expresión de amor a Cristo resucitado, para poder responder a su pregunta: ¿me amas?
Concluimos el fin de semana poniendo en común diferentes experiencias, y una de las ejercitantes nos habló de cómo había resonado en ella siguiente frase: ¿Cómo es posible tanta Belleza? Y su marido compartió con nosotros el siguiente texto de San Juan Pablo II:
"En efecto, la belleza es una fuente de fuerza para el ser humano, es una inspiración para trabajar, es una luz que guía a través de las penumbras de la existencia humana, que permite vencer con la bondad cualquier tipo de mal, cualquier sufrimiento, puesto que la esperanza de la resurrección no puede defraudar"